Por Enredando (Rosario), entrevista a Sandra Cabrera en 2003
Y como trabajadoras comenzaron a organizarse: constituyeron la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar) y se incorporaron a una central sindical, la CTA, para defender sus derechos laborales, escasos por cierto y muy poco contemplados en la legislación vigente en la Argentina.
Desde esa concepción de organización gremial, Ammar no sólo ofrece a las trabajadoras sexuales respaldo ante los abusos de fuerzas de seguridad y fiolos de distinto pelaje.
También las insta a prevenir las enfermedades de transmisión sexual y les ofrece un espacio de contención social y humana muy necesario: para ellas, ejercer el oficio más viejo del mundo no es justamente un placer ni tampoco una fuente de riqueza.
Como para muchos otros sectores sociales, el pico de la crisis económica para las trabajadoras sexuales se vivió en diciembre de 2001, cuando corralito mediante el dinero en efectivo casi desapareció de las calles.
"Había muchas compañeras que no tenían nada para comer, así que empezamos a gestionar cajas de alimentos y planes laborales", cuenta Sandra Cabrera, 32 años, sanjuanina pero con varios años en Rosario, con más de una década de trabajadora sexual y referente local de Ammar.
El 24 de Diciembre de 2001, la Asociación repartió cajas de alimentos desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche. "A las diez y media de la noche mi hija y yo nos quedamos dormidas y cuando me desperté al otro día me preocupé porque no habíamos festejado la Navidad, pero ella (su hija Macarena, de 7 años) me dijo que me quedara tranquila, porque gracias a lo que habíamos hecho el día anterior muchas compañeras habían tenido con qué festejar", recuerda Sandra, que se relacionó con sus compañeras de Ammar de Buenos Aires, donde se formó la organización hace ocho años, a mediados del 2000.
"Yo trabajaba en una esquina de la zona de la Terminal y un grupo de fiolos y patovicas de un boliche de la zona me pegaron muy duro. Denuncié eso en los medios de prensa y ahí aparecieron las chicas de Buenos Aires. Primero no les dí bolilla, pero al año siguiente, cuando en la zona sur un grupo de policías le pegaron a otra compañera, empezamos a trabajar con todo", historia Sandra el comienzo de la actividad de Ammar en Rosario.
"No podemos ir presas todo el tiempo; ya no estamos en épocas de represión, de dictadura", explica Sandra la principal preocupación de las trabajadoras sexuales de las calles, mayoría entre el centenar de afiliadas a Ammar en Rosario.
También se sumaron a la Asociación algunas chicas "de los boliches", menos perseguidas por la Policía gracias a la protección de los dueños de los locales en los que trabajan pero sometidas a otro tipo de maltratos y sobreexplotadas económicamente.
"En la Constitución Nacional hay un artículo que dice que todo ciudadano es libre de caminar sin ningún problema. Nosotras queremos caminar tranquilas, sin que nos lleven detenidas, poder trabajar tranquilas", retoma Sandra la cuestión de lo que define como "libertad de trabajo", cercenada o no para ellas de acuerdo con la predisposición de los comisarios de cada zona.
"Defendemos nuestro derecho a trabajar", insiste Sandra.
"Nuestro derecho a ser escuchadas, a ser tratadas como personas", agrega. Y admite que fue "duro" para ella y sus compañeras "salir a poner la cara" para desarrollar su tarea gremial.
En este aspecto, destaca el apoyo de la CTA y la Asociación de Trabajadores del Estado, desde cuyo local coordina sus actividades la delegación local de Ammar. La Asociación ya se constituyó con meretrices de siete provincias argentinas, que se juntan por lo menos dos veces por año a cotejar experiencias y definir líneas de trabajo, entre las que prestan especial atención a la prevención de enfermedades de transmisión sexual, en particular el Sida.
Sandra remarca la importancia de esa labor con un ejemplo concreto: "Hay compañeras que no sabían que hay cuidarse también cuando te piden una francesa", dice, en referencia al sexo oral.
Además del Sida, desde Ammar apuestan a prevenir las otras enfermedades de transmisión sexual, "como la gonorrea, la sífilis, el chancro", enumera Sandra. "Tenemos un manual con fotos de vaginas sanas al lado de vaginas enfermas, de penes sanos al lado de penes enfermos; porque a nosotras las cosas también nos entran por los ojos", cuenta, con el dejo de picardía que siempre exponen su mirada y las de sus compañeras.
Las afiliadas a Ammar pagan, cuando pueden, tres pesos por mes. Pero con lo que recaudan así no les alcanza para hacer todo lo que quisieran y el de tener un local propio sigue siendo no más que un sueño lejano. Además, Sandra dice que muchas veces chocan con la indiferencia oficial y con la ausencia de organizaciones que, en los papeles, debieran coordinar con ellas acciones de prevención de enfermedades. De todos modos, en Ammar no piensan en bajar los brazos y se plantean como un objetivo importante establecerse más formalmente como organización de trabajadoras, con estatutos, con reconocimiento del Estado, con obra social. "Hay otros lugares del mundo, como Uruguay y Holanda, donde se consiguieron muchas cosas", señala Sandra. “Y si en otros países se pudo, por qué no acá..."